miércoles, 3 de mayo de 2017

Monet: Jugadores e cartas




1. Descripción de los elementos que se observan en la obra atendiendo a un vocabulario específico (materiales, técnicas, composición y organización, etc.).

Óleo sobre lienzo. Representa a dos figuras masculinas jugando a las cartas, alrededor de una mesa sobre la que apoyan los codos. La escena ha sido abordada de un modo distinto del habitual. Situados frente a frente están concentrados observando sus propias cartas en actitud sosegada.

Se presentan tocados con sendos sombreros típicos de las clases sociales humildes de la
Provenza (región francesa de donde procede el autor). El hombre de la derecha viste una
chaqueta de tonalidades grises amarillentas que tiene su continuidad en el pantalón de su compañero, vestido éste con una chaqueta de tonalidades malvas que se mezclan con diversos colores. La gran masa cilíndrica del jugador de la pipa se ve entera y detrás tiene el vacío; la masa más suelta y luminosa del otro jugador está cortada por el borde del cuadro.

El espectador se convierte en uno de los frecuentes observadores que contemplan estas partidas en las tabernas, al situarnos en un plano cercano a la escena y no hacer apenas referencias espaciales. Una alta botella nos da paso hacia la cristalera del fondo, por la que se intuye un abocetado paisaje.

El reflejo blanco de la botella es el eje del cuadro, que no coincide en la mitad exacta, de tal manera que la composición es ligeramente asimétrica. El ambiente de taberna casi ha desaparecido, reduciéndose a la mesa en la que apoyan sus brazos los jugadores.
La escena está iluminada por luz artificial, cuyos reflejos se aprecian en el mantel de la mesa, la botella y la pipa. Es el color el que la produce. “La luz no es una cosa que pueda reproducirse, sino algo que puede representarse con colores”.

El protagonista del lienzo es el color que inunda todos los rincones de la tela. El fondo se obtiene gracias a una mezcla de tonos aunque abunden los rojizos, en sintonía con la mesa y el mantel.

El color azul tiene para él la propiedad de dar al espacio profundidad y altura, de “hacer sentir el aire”, como el mismo pintor dice. Con el color intenta destacar el relieve, modelando, no con claroscuros, sino mediante los contrastes de tonos cálidos y fríos. Realiza los contornos con trazos violetas, rechazando el negro. La aplicación del color se realiza a base de fluidas pinceladas que expresan volumen.

2. Lenguaje estilístico al que puede adscribirse la obra.
Cézanne se forma con los impresionistas pero pronto inicia un camino que le lleva a la
reconstrucción de las formas, de las líneas y los volúmenes, a la vez que conjuga la búsqueda de la belleza: el posimpresionismo.
París constituye el marco en el que se mueven estos artistas. Reúne a una serie de pintores que se forman en el impresionismo, pero superan sus investigaciones y contribuyen a importantes avances en el arte del S.XX. Se convierte en una revisión de las ideas impresionistas.


Reaccionan contra el abandono de la forma y del volumen que el impresionismo había
practicado y quieren recuperar el dibujo aunque sin renunciar al color. Quieren captar no solamente la luz sino también la expresividad de las cosas y personas iluminadas: buscan el análisis de aquello sobre lo que la luz incide.
También se relacionan con otros artistas, poetas, literatos, músicos, que enriquecen sus
experiencias. París era un bullicio centrado en los cabarets de Montmartre que llenaban de animación, color y luces de la vida nocturna.

3. Cronología del periodo estilístico abordado.
Fue pintado entre 1889 y 1892. Es un periodo en que Cézanne fue invitado a exponer con el grupo Les XX en Bruselas y, más tarde, celebró su primera exposición en París.
La obra corresponde con el estilo posimpresionista, que se extiende entre 1880 y 1905
aproximadamente, coincidiendo con la última exposición impresionista y la exposición de las Señoritas de Avignón, que marca el camino al cubismo.

4. Función y posible significado que encierra la obra analizada.
Se desconocen las razones por las que Cézanne pintó la serie de los jugadores de cartas; aunque no busca mostrar una imagen de la vida cotidiana sino experimentar sobre cuestiones relacionadas con la forma y el color, sus obsesiones pictóricas que se convertirán en vitales.

Durante la década de 1890 pintó una serie de cuadros con la temática de los jugadores de cartas, siendo este lienzo que contemplamos el más famoso de la serie.
Cuando el artista mostró este trabajo en una sociedad local de pintores aficionados, fue recibida con incomprensión por parte de todos, excepto el joven poeta Joachim Gasquet. Cézanne firmó la pintura y se la regaló en agradecimiento. Dos años después de la muerte de Cézanne en 1906, Gasquet lo vendió por la sorprendente suma de 12.000 francos.

5. Antecedentes y consecuentes de la obra de arte que se está analizando.
Puede decirse que Cézanne crea el puente entre el impresionismo del XIX y el nuevo estilo de principios del siglo XX, el cubismo.

Cézanne seguramente había visto en el museo de Aix-en-Provence, su ciudad natal, Los
jugadores de naipes atribuido a los hermanos Le Nain. También ha sido un tema plasmado por Caravaggio. Durante muchos años la obra de Cézanne sólo fue conocida por sus antiguos colegas impresionistas y por unos cuantos artistas jóvenes radicales de la línea del postimpresionismo, entre los que se incluían Vincent van Gogh y Paul Gauguin. Esta generación posterior aceptó prácticamente todas las rarezas de Cézanne.

Fueron las exploraciones de Cézanne de simplificación geométrica y fenómenos ópticos los que inspiraron a Picasso, Braque, Gris, y otros para experimentar con múltiples visiones aún más complejas del mismo tema, y, con el tiempo, a la fractura de la forma. Hay una frase, atribuida tanto Matisse como a Picasso, según la cual “Cézanne es el padre de todos nosotros”. Matisse admiraba su utilización del color y Picasso desarrolló la estructura de la composición plana de Cézanne para crear el estilo cubista.


6. Localización y contexto histórico.
Actualmente la obra se encuentra en el Museo d´Orsay (Paris).
Respecto al contexto histórico, a partir de 1870, las relaciones entre los países europeos, a pesar de la falsa apariencia de paz, se tornaron cada vez más tensas. Se realizaron una serie de alianzas entre los distintos Estados que sólo sirvieron para complicar aún más el panorama internacional.

Se intensifica el imperialismo de Europa sobre el Pacífico, Asia y especialmente África;
anexionando territorios y formando colonias. Esta expansión fue consecuencia de la búsqueda fuera de Europa de mercados y materias primas para la revolución industrial.
Los conflictos producirán desembocarán en la Primera Guerra Mundial en 1914.

7. Identificación de la obra y del autor, si procede.
Se trata de los “Jugadores de cartas”, Realizado por el pintor francés Paul Cézanne.
La comenzó estando en Suiza y la acabó en Aix-en-Provence. Esta obra pertenece a la época de madurez en la que Cézanne produce sus principales lienzos. Sobre el mismo tema de la partida de cartas, pintó cinco cuadros diferentes, entre 1890 y 1896, de los cuales éste es el más sobrio.

Manet






Manet: Desayuno sobre la hierba



Al contrario de lo que muchos piensan,  Édouard Manet (1832 – 1883) no fue nunca un pintor impresionista. Si bien tuvo estrechas relaciones con este grupo, además de amistad personal con algunos de sus miembros, sobre todo con Monet, su búsqueda iba por rumbos distintos a los de los “pintores de la luz”. Manet apreciaba los valores de la pintura del renacimiento y el barroco y admiraba las obras de Velázquez, a quien consideraba el mayor pintor de todas las épocas. Si bien, influido por su amigo Monet, experimentó durante un tiempo algunas de las técnicas propias de los impresionistas, no incluyó sus obras en los salones alternativos en los que este grupo exponía, y lo que se podría llamar su obra “impresionista” es muy escasa y carente del interés que, por ejemplo, despiertan las pinturas del mismo Monet, Renoir o Pisarro.
Manet entonces entronca con una tradición naturalista que partía de Corot y Millet, pero carente de los contenidos ideológicos que caracterizaban la obra de éstos. Cuestionó eso sí, la temática académica que juzgaba rimbombante y pretenciosa, y desarrolló una puesta en escena de temas más cotidianos, más cercanos a la vida común de la sociedad francesa de su época. Era un acérrimo individualista y un artista lleno de contradicciones pues, al mismo tiempo que despreciaba el arte oficial, nunca dejó de inscribirse en los salones socialmente aceptados, aunque sólo fuera para que rechazaran su obra. Luchó por ser reconocido como artista “respetable” y nunca aceptó ser considerado un marginal como les sucedía a los pintores impresionistas. La fama le llegó tarde, demasiado tarde, pues al poco de empezar a ser reconocido murió de una larga enfermedad a los 50 años.
La pintura que aquí se presenta, llamada “Almuerzo sobre la hierba”, causó una gran indignación entre los críticos, los artistas académicos y el público cuando Manet pretendió inscribirla en el Salón de 1863. Tan sólo su amigo Émile Zolá, que trabajaba como crítico de arte para la revista semanal L’Evenement le dirigió palabras encomiosas tiempo después. El escándalo se debió principalmente al tema que pintó Manet: dos hombres jóvenes, que podrían bien ser unos estudiantes, charlando en compañía de dos mujeres desnudas, que muestran sus anatomías comunes sin el más mínimo pudor, aunque una de ellas no está completamente desvestida. No son diosas, ni ninfas, ni bañistas, ni nada por el estilo, son mujeres comunes y corrientes; además una de ellas mira desafiante al espectador con una leve sonrisa y sin ningún recato. Acaban de tomar una merienda campestre, cuyos restos se ven abajo a la izquierda, al lado de las ropas que se han quitado las mujeres. Al fondo se puede ver un río de mansa corriente y una barca, y una de las mujeres al parecer lo está vadeando, o quizás se va a bañar en él. Entre los árboles, arriba de los personajes, se puede ver una misteriosa ave de pecho rojo que contempla la escena. Claramente el artista se inspiró en una obra del renacimiento veneciano: el “Concierto campestre” de Tiziano (cuadro que antes era adjudicado a la autoría de Giorgione), pero la temática es totalmente distinta.
Habrá que imaginarse el escándalo de las “gentes bien” al contemplar este cuadro, pues las connotaciones son evidentemente sexuales y lascivas, totalmente contrarias a la moralidad conservadora (aunque hipócrita) de la época. Resulta que una mirada más sutil revela ciertas claves aún más directas del contenido sexual de esta pintura; por ejemplo, podemos observar que la mujer de la mirada desafiante tiene su pierna derecha en medio de las dos piernas del personaje masculino que está a su frente y su pie señala indirectamente a los genitales de éste. El otro personaje masculino ha apoyado su mano derecha detrás de la mujer, en una zona cercana a su trasero y, por la posición inestable en la que está su cuerpo, parece como si acabara de abrazar a la mujer, o bien se dispone a hacerlo. No sabemos cuál es la naturaleza de la conversación que están teniendo los dos hombres, pero el personaje de la derecha ha levantado su brazo y señala sutilmente a la mujer, ¿se están poniendo de acuerdo para ver quién la va a poseer a continuación? Seguramente, el contenido de este cuadro podría escandalizar a más de alguna persona de moralidad muy conservadora aún hoy, si es que los comentarios que he vertido aquí son verificables y no producto de una “mente sucia” como dirían algunos. Dejo al lector que decida esto.
Manet volvió a provocar un gran escándalo dos años después al presentar al salón su “Olimpia”, la cual fue juzgada aún más críticamente, ya que, en vez de representar al personaje mítico, la representó de una manera sutil que se juzgó como si fuese el retrato de una prostituta, mirando otra vez desafiante al observador.
Por otra parte, algunos pintores academicistas señalaron las “incorrecciones” que tenía el cuadro, no sólo en lo que se refiere a la temática, sino también a la técnica y la perspectiva. Sobre todo se señaló la falta de escala de la figura de la mujer que está al fondo respecto al contexto de la perspectiva general. Esta falta de escala se puede apreciar más en la relación espacial entre la figura y la barca que está relativamente cerca de ella. Además la iluminación general no permite apreciar muchos contrastes entre luz y sombra y esto perjudica la profundidad espacial, de acuerdo a las reglas de la perspectiva. También se ha señalado que el fondo no es para nada convincente, ya que está pintado con aparente dejadez y parecería que está sin acabar. Podría decirse, de una manera superficial,  que aquí Manet mostró cierta falta de oficio al no ser capaz de resolver estos problemas; pero un examen más profundo revela que, detrás de esos aparentes fallos, se oculta una intención renovadora, muy alejada de las reglas de la academia y su “corrección”.
En primer lugar, la estructura del cuadro está dominada por una fuerte diagonal que parte del lado derecho inferior y se desarrolla hacia el lado izquierdo superior, dejando a las figuras descentradas, patrón muy alejado de la típica composición piramidal Trompe-l’œil que dominaba las composiciones desde el renacimiento y la cual era la favorita de los pintores academicistas. Esta diagonal resuelve además el balance general de la obra e individualiza a los dos personajes masculinos, mostrándolos distantes de medio cuerpo hacia arriba, mientras que la posición de la parte inferior de sus cuerpos hace que sus piernas los unan no sólo por una parcial superposición, sino por el entrelazamiento espacial que hay entre ellas. Los cuatro personajes están estructurados en la forma de un óvalo, que es una figura geométrica más afín a la naturaleza que un triángulo o una pirámide, y señala la integración de los personajes con el entorno; esto mismo harán los pintores impresionistas más adelante, pero en éstos la integración entre personas y paisaje se verá reforzada además por las armonías de la luz y la pincelada suelta. Los pintores academicistas por el contrario, siempre tratarán de establecer una diferencia estructural entre los personajes de sus cuadros y el entorno, sobre todo cuando es natural.
En relación a la supuesta “dejadez” del pintor en lo que se refiere al fondo, hay que decir que Manet conocía muy bien la historia del arte y había estudiado a los pintores renacentistas y del barroco y, al igual que estos últimos, sobre todo los holandeses, señaló una distancia “sensorial” y no “conceptual” entre el primer plano y los planos subyacentes al desdibujar el fondo y dejarlo aparentemente inacabado. Así, su perspectiva aérea no se desarrolla sólo por la atenuación de los valores cromáticos, sino también por la desaparición gradual de sus contornos.
Sin duda, el “Almuerzo sobre la hierba” es una importante obra de la pintura universal y, como precursora de la ruptura con la tradición academicista, una referencia insustituible para el estudio de la historia del arte.



Eduardo Rosales: Testamento de Isabel la Católica


Antonio Mª Esquivel: Lecturas de Zorrilla en el estudio del pintor romántico


1846. Óleo sobre lienzo, 144 x 217 cm.
El cuadro más famoso de Esquivel y pieza capital del Romanticismo español. Considerado como máximo testimonio gráfico del ambiente intelectual bajo el reinado de Isabel II (1830-1904), este lienzo reúne de forma ficticia a las personalidades culturales más relevantes contemporáneas a Esquivel. En su composición se aúna la complejidad del retrato colectivo junto al esquema de gabinete del barroco flamenco, al detenerse en cada detalle del taller del pintor, pudiéndose identificar y analizar las obras y gustos del artista.
De izquierda a derecha, pueden identificarse los siguientes personajes: Antonio Ferrer del Río (1814-1872), Juan Eugenio Hartzenbusch (1806-1880), Juan Nicasio Gallego (1777-1853), Antonio Gil y Zárate (1793-1861), Tomás Rodríguez Rubí (1817-1890), Isidoro Gil y Baus (1814-1866), Cayetano Rosell y López (1817-1883), Antonio Flores (1818-1866), Manuel Bretón de los Herreros (1796-1873), Francisco González Elipe, Patricio de la Escosura (1807-1878), José María Queipo de Llano, conde de Toreno (1786-1843), Antonio Ros de Olano (1808-1887), Joaquín Francisco Pacheco (1808-1865), Mariano Roca de Togores (1812-1889), Juan González de la Pezuela (1809-1906), Ángel de Saavedra, duque de Rivas (1791-1865), Gabino Tejado (1819-1891), Javier de Burgos (1778-1848), José Amador de los Ríos (1818-1878), Francisco Martínez de la Rosa (1787-1862), Carlos Doncel, José Zorrilla (1817-1893), José Güell y Renté (1818-1884), José Fernández de la Vega, Ventura de la Vega (1807-1865), Luis de Olona (1823-1863), Antonio María Esquivel, Julián Romea (1818-1863), Manuel José Quintana (1772-1857), José de Espronceda (1808-1842), José María Díaz (1888), Ramón de Campoamor (1817-1901), Manuel Cañete (1822-1891), Pedro de Madrazo y Kuntz (1816-1898), Aureliano Fernández Guerra (1816-1891), Ramón de Mesonero Romanos (1803-1882), Cándido Nocedal (1821-1885), Gregorio Romero Larrañaga (1814-1872), Bernardino Fernández de Velasco y Pimentel, duque de Frías (1873-1851), Eusebio Asquerino (h.1822-1892), Manuel Juan Diana (1814-1881), Agustín Durán (1793-1862).
El espacio elegido para la representación es el propio estudio del pintor y, entre las obras representadas sobre las paredes de la estancia, pueden identificarse cuadros de Esquivel, como La pasiega o Dama desconocida de la antigua colección Lasso de Vega, el boceto del Adán y Eva del Museo de Bellas Artes de Sevilla, el boceto de El Salvador del Museo del Prado (P06017), y de Luis Tristán (1585-1624) el Martirio de San Andrés del Museo de la Habana. (Texto extractado de: Pintura del Siglo XIX en el Museo del Prado: Catálogo General, Madrid: Museo Nacional del Prado, 2015, pp. 172-173).
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José de Madrazo, La muerte de Viriato




1807. Óleo sobre lienzo, 307 x 462 cm.
Este monumental lienzo ha sido considerado tradicionalmente como la obra maestra de José de Madrazo y la pintura más emblemática del Neoclasicismo español, exponiéndose en el Prado desde su apertura en 1819, en la llamada Galería de Artistas Contemporáneos. Por ello, adquirió desde entonces una enorme fama y reconocimiento en los ambientes artísticos oficiales del siglo XIX, así como en la historiografía del arte español hasta nuestros días.
Pintado en Roma durante la pensión concedida a José de Madrazo por el rey Carlos IV, el cuadro fue pensado como cabeza de una ambiciosa serie de grandes lienzos con escenas evocadoras de la resistencia de los pueblos peninsulares frente a la dominación romana en Hispania. Este proyecto fue acariciado por el joven artista al poco de llegar a la Ciudad Eterna, resuelto a no pintar más que cuadros de su patria, que habrían de representar, además de La muerte de ViriatoLa destrucción de Numancia (P0225), Los funerales de Viriato y Mégara obliga a los romanos a capitular, siendo los dos primeros los únicos lienzos que llegó a pintar. Madrazo quiso concebir esta dramática escena histórica con toda la grandiosidad monumental de las obras que había visto y estudiado durante su anterior formación en París junto al gran maestro neoclásico Jacques-Louis David (1748-1825), y que ahora su estancia en Roma reforzaba con el conocimiento directo de los vestigios del esplendor de la Antigüedad clásica. El núcleo central de la composición lo constituye, lógicamente, el lecho del difunto general sobre quien se abalanzan llenos de dolor sus generales y servidores más allegados, viéndose junto a él las armas del caudillo asesinado. Es también el grupo de ejecución más cuidada y más acertado diseño, subrayada su importancia por una iluminación general muy clara que lo hace destacar del resto. Enmarcan este grupo por la izquierda una pareja de lanceros y un servidor que llora la muerte de su señor, viéndose en el extremo de la cabecera varios estandartes y trofeos ganados a los romanos. A la derecha, otro militar abre los brazos en señal de estupor ante la visión del homicidio. Tras él, un joven haciendo sonar su cuerno da aviso del crimen al resto del campamento, visible tras el gran cortinaje de la tienda, parcialmente descorrido. Hacia él marchan dos guerreros vestidos a la griega, con la intención de arengar a las tropas para vengar la muerte del militar. Se ha venido justificando repetidamente esta arbitrariedad arqueológica cometida por el artista en las indumentarias de dichos personajes por la consideración que Madrazo tenía, a través de su maestro David, de la Grecia clásica como la verdadera y genuina Antigüedad, de la que Roma fue tan sólo copia, debiéndose por tanto inspirar en la estética griega todo argumento relativo al mundo antiguo. La gran novedad conceptual del cuadro reside en ser, probablemente, el primer caso conocido en la pintura histórica decimonónica en que la interpretación de los grandes acontecimientos de la Antigüedad clásica vuelven sus ojos hacia un episodio de la historia de España, fuente capital en el desarrollo posterior del género a lo largo del siglo XIX, pero que aún constituye una mayor originalidad para el mundo neoclásico.
La escena está concebida a modo de relieve, dispuestos los personajes en un solo plano principal, cerrado tajantemente el espacio por el cortinaje de la tienda, que también sirve para proporcionar el punto de fuga espacial al descorrerlo parcialmente para mostrar el fondo del campamento.
La lectura moral del asunto vendría a suponer, por un lado, la advertencia a los gobernantes sobre el peligro constante de traición urdida en el seno de los colaboradores más íntimos, tal como le ocurrió a Viriato, así como la exaltación del valor de los líderes, invencibles en los campos de batalla y sólo vulnerables durante el sueño (Texto extractado de Díez, J. L.: El siglo XIX en el Prado. Museo Nacional del Prado, 2007, pp. 116-119).

Millet: El Ángelus

La escena representa a dos pastores rezando en el campo, antes de que salga el sol y de empezar a trabajar, al lado de una pequeña carretilla.
La obsesión de Dalí llegó a tal punto que llegó a pedir a los técnicos del Louvre que estudiaran la pintura, ya que estaba seguro de que el cuadro escondía algo, porque la hora no correspondía a la hora en que se reza el ángelus.
Al hacer una radiografía del cuadro, advirtieron una mancha que parecía un pequeño ataúd. Ante ese descubrimiento las dos figuras adquirieron su significado real: no están rezando antes de empezar a trabajar, sino que son los padres que acaban de enterrar a un hijo. La mujer aparentemente sumisa, se encuentra según el, en una posición precedente al acto de agresión, esta bucólica escena se transforma en la lucha entre sexos, siendo la campesina una mantis religiosa antes de la copulación.
 La carretilla, femenina es en numerosas representaciones populares, expresión de erotismo campesino.

Millet: Las espigadoras




Jean-François Millet – “Las espigadoras” (1857, óleo sobre lienzo, 83 x 110, Museo d’Orsay, París)

Celebremos el día del trabajo con una de las obras maestras del pintor realista Jean-François Millet, que pasó a la historia por haber sabido retratar como nadie la dura vida de los trabajadores del campo. Las tres protagonistas de este cuadro se están deslomando, literalmente, para recoger las espigas que han quedado olvidadas en el suelo tras la cosecha. Con el poco grano que recojan, alimentarán a sus familias. Los dueños de los campos les daban permiso para recoger estos restos entre el atardecer y la caída de la noche, una vez que había acabado el trabajo de los cosechadores. Las pocas espigas que llevan en sus delantales contrastan con la abundante cosecha que se ve al fondo (gavillas, almiares y un carro repleto de trigo). Un capataz a caballo supervisa el trabajo de los hombres.

En las pinturas de Millet predominan los tonos ocres y marrones de la tierra y del campo, sobre los que destacan con fuerza los colores más vivos (pero nunca estridentes) de las prendas de vestir de los campesinos. Le encantaba pintar escenas iluminadas por la luz dorada del amanecer o el atardecer (como en este caso) y dejaba los contornos de las figuras ligeramente difuminados, como si los viésemos a través de una neblina. No hay detalles anecdóticos, ni pizca de conmiseración en sus obras. Los campesinos de Millet tienen una dignidad equiparable a la de cualquier noble o héroe de las pinturas tradicionales. Según el pintor, la vida en el campo acercaba al hombre a sus orígenes, a diferencia del trabajo industrializado y alienante de las ciudades. Evidentemente, esta concepción socialista del arte era vista con malos ojos por la burguesía adinerada de París, que consideraban las obras de Millet “peligrosas”.

Millet era uno de los pintores predilectos de Van Gogh, que se inspiró en él para muchas de sus obras.

Courbet: El taller del artista

Gustave Courbet (1819-1877)
El taller del pintor, 1855
Óleo sobre lienzo, 359 x 598 cm
Museo d'Orsay, París

Se trata de una de las obras más conocidas del pintor que se expuso junto a otras pinturas suyas en un pabellón cercano a la Exposición Internacional, con el propósito de oponerse a los presupuestos oficiales del arte.

La obra también se conoce por El taller del pintor, alegoría real que define una frase de siete años de mi vida artistica y moral. Nos consta que el artista escribió una carta a su amigo, el escritor Jules Champfleury, en la que le explicaba el significado del cuadro. En él, aparece el artista pintando un paisaje bajo la atenta mirada de una joven semidesnuda y un niño acompañado por un perro blanco que yace adormecido en el suelo. El pintor es el eje que separa ambos lados de la composición y la escena está enmarcada en un fondo brumoso que dificulta la visión de lo que hay representado. La zona izquierda está destinada a mostrar la sociedad llana, ilustrada a través de personajes como el cazador con el perro, representante de la clase burguesa, o la mujer en cuclillas que parece aludir a la clase más necesitada. También está presente el estamento religioso representado por lad figuras de un judío y un sacerdote. En la zona derecha están retratados los amigos del pintor, todos de clase alta y culta, como el músico del primer plano, Alphonse Promayet, o el filósofo y sociólogo Pierre-Joseph Proudhon.


Detalles:

1. Sentado a la derecha se encuentra el poeta Baudelaire que se dispone a leer un libro como si quisiese estar ausente de la escena.


2. La mujer  semidesnuda contempla concentrada al artista mientras éste pinta. Es interesante observar que Courbet parece haber preferido una mujer, en lugar de a los críticos habituales de los salones, con lo que pone de manifiesto de desagrado que éstos le producían.

El entierro de Ornans




En el Entierro en Ornans (1849), Courbet pinta la segunda, de una trilogía de obras referidas al realismo social rural, la que se completa con Los Picapedreros (1849) y Los campesinos de Flagey (1850) en las que el artista muestra con gran detallismo y nivel de observación, la vida de diversos habitantes del campo. En las tres, Courbet se aleja de los planteos academicistas en favor de un planteo realista y mucho más popular que el de sus coetáneos.
Previo a la presentación de la obra en el Salón de Paris de 1850 – 1851, el artista  decide  mostrar sus cuadros en diversas provincias de Francia, para luego culminar exhibiéndolas en París, donde fueron recibidas con muy escaso entusiasmo por parte de la crítica especializada – mayoritariamente formada bajo los parámetros del Romanticismo – que cuestionó desde la técnica hasta los temas elegidos. El pintor romántico Eugène Delacroix  sentenciará en 1853 sobre la obra de Courbet: "Fui a ver la pintura de Courbet, antes de la sesión y quedé impresionado por el vigor y la agudeza de su inmenso cuadro. ¡Pero qué cuadro! ¡Qué tema! La vulgaridad de las formas no sería nada; es la vulgaridad y la inutilidad del pensamiento que son insufribles [...] ¡Oh, Rossini! ¡Oh, Mozart! ¡Oh, los genios inspirados en todas las artes, que extraen de las cosas solo aquello que se debe mostrar al espíritu! ¿Qué diríais delante de estos cuadros?" 


Análisis sociológico:
El tema elegido por Courbet en esta obra es, a primera vista, un hecho marcado por la banalidad de lo cotidiano. Se trata de una ceremonia de enterramiento realizada en una zona rural cercana a la ciudad deOrnans. De todos modos, y más allá de la supuesta sencillez de la situación, el nombre con que el autor registró la pintura en el mencionado Salón, Cuadro de figuras humanas, reseña histórica de un entierro en Ornans, marca a las claras que el tratamiento dado por Courbet a la pintura tiene como primer objetivo señalar a dicho acontecimiento como un hecho histórico.
Courbet escribe en 1850, una carta a su amigo el crítico y escritor Jules Chmapfleury(1821 – 1889) en la que señala que muchos vecinos de Ornans posaron como modelos para el cuadro, de quienes realizó verdaderos retratos. Desde amigos y familiares del propio autor, pasando por el alcalde, el abogado y hasta el sepulturero del pueblo, aparecen representados. No hay seguridad, sin embargo, de quien es la figura que está siendo enterrada, aunque se supone que pudo haber sido el abuelo del pintor fallecido en 1848.
La pintura es la estampa de una acción de enterramiento llevada a cabo por miembros de la burguesía rural, en la cual, se nos muestra a diferentes personajes y sus actitudes frente a la ceremonia, así como las vestimentas propias de su clase social, la ubicación de las figuras de acuerdo a su género y a su ubicación social. Una razón que reafirmaría el hecho de que estamos ante una ceremonia de corte burgués, se debe a que hasta ese entonces, las personas de nivel social inferior eran enterradas en fosas comunes, mientras que en este caso, la fosa cavada es para el féretro que está siendo transportado sobre la izquierda del cuadro.
La escena está ubicada en un paisaje real, es decir, el entonces nuevo cementerio de Ornans, que acababa de ser inaugurado en el momento en el que Courbet comenzó su obra y donde al parecer, habría realizado algunos bocetos del natural, a pesar que la obra fue culminada en su estudio.



Análisis técnico y compositivo:
Como ya hemos comentado, Courbet se aparta de los recursos técnicos de la Academia. Así, si bien el cuadro está con óleos, estos fueron aplicados de manera empastada con pincel, pero también con espátulas, con trapos e incluso, con los dedos. Esta forma de pintar tiene como resultado, que a pesar que visualizamos una obra que refleja una realidad concreta, claramente percibimos que es una realidad pintada. No debemos olvidar que ya en ese momento, la presencia de la fotografía obligaba a los pintores a buscar diferentes formas de representar esa realidad.
La paleta tiene un notorio predominio de los colores oscuros, en particular, del negro. Si observamos el sector derecho de la obra, vemos una especie de muro negro creado a partir de las vestimentas de las mujeres que forman parte del cortejo que concurre al entierro, apenas interrumpido por el blanco amarillento delas cofias y los pañuelos de las mismas, o por el rostro de la pequeña niña sobre el borde inferior derecho.
En contrapeso con el negro, Courbet utiliza el blanco – en las mangas de algunos hombres, en el hábito de sacerdotes y monaguillos, en los encajes del traje del sacerdote que celebra la ceremonia, en el perro y en la tela que cubre el féretro -, así como el rojo en los trajes de los sacerdotes acompañantes; el azul y el gris del hombre ubicado junto al perro; y los tonos ocres y marrones en el paisaje. El foso abierto de la tumba está trabajado con diversas tonalidades de marrón para generar el efecto de la humedad de la tierra.
Si bien la luz del cuadro es frontal, Courbet otorga una luminosidad individual a cada uno de los personajes remarcado su presencia como individuos reales.


A nivel compositivo, la obra aparece estructurada en base a ciertas pautas de uso social imperantes en la época en las ceremonias religiosas. El artista realiza una división, dentro del conjunto de personajes, en tres partes: los representantes de la Iglesia (a la izquierda de la obra), los hombres (en el centro) y las mujeres (a la derecha).            
Las figuras aparecen colocadas en forma de friso, aquellos que se encargarán de los ritos religiosos – sacerdotes y monaguillos – esperan la llegada de los portadores del ataúd, a la vez que los ciudadanos de la ciudad permanecen inmóviles sin demostrar sentimientos de ningún tipo. Por su arte, las mujeres marchan en procesión zigzagueante, mientras algunas de ellas dan muestras de dolor ante el acontecimiento.
A su vez, el artista nos marca dos líneas diagonales conformadas por los bordes del ataúd las que confluyen exactamente en los costados laterales del foso. Por su parte, al prolongar el brazo horizontal de la cruz, la línea resultante pasa por encima de las cabezas de las mujeres que participan de la procesión.



Varios historiadores del arte afirman las posibles influencias de Rembrandt y Zurbarán en la obra. Pero lo que resulta evidente es que Courbet buscó evadirse de las pautas de arte clásico, a pesar de seguir utilizando sus formatos y algunos de sus temas, buscando crear una pintura popular en claro rechazo al academicismo.