Al contrario de lo que muchos piensan, Édouard Manet (1832 – 1883) no fue nunca un pintor impresionista. Si bien tuvo estrechas relaciones con este grupo, además de amistad personal con algunos de sus miembros, sobre todo con Monet, su búsqueda iba por rumbos distintos a los de los “pintores de la luz”. Manet apreciaba los valores de la pintura del renacimiento y el barroco y admiraba las obras de Velázquez, a quien consideraba el mayor pintor de todas las épocas. Si bien, influido por su amigo Monet, experimentó durante un tiempo algunas de las técnicas propias de los impresionistas, no incluyó sus obras en los salones alternativos en los que este grupo exponía, y lo que se podría llamar su obra “impresionista” es muy escasa y carente del interés que, por ejemplo, despiertan las pinturas del mismo Monet, Renoir o Pisarro.
Manet entonces entronca con una tradición naturalista que partía de Corot y Millet, pero carente de los contenidos ideológicos que caracterizaban la obra de éstos. Cuestionó eso sí, la temática académica que juzgaba rimbombante y pretenciosa, y desarrolló una puesta en escena de temas más cotidianos, más cercanos a la vida común de la sociedad francesa de su época. Era un acérrimo individualista y un artista lleno de contradicciones pues, al mismo tiempo que despreciaba el arte oficial, nunca dejó de inscribirse en los salones socialmente aceptados, aunque sólo fuera para que rechazaran su obra. Luchó por ser reconocido como artista “respetable” y nunca aceptó ser considerado un marginal como les sucedía a los pintores impresionistas. La fama le llegó tarde, demasiado tarde, pues al poco de empezar a ser reconocido murió de una larga enfermedad a los 50 años.
La pintura que aquí se presenta, llamada “Almuerzo sobre la hierba”, causó una gran indignación entre los críticos, los artistas académicos y el público cuando Manet pretendió inscribirla en el Salón de 1863. Tan sólo su amigo Émile Zolá, que trabajaba como crítico de arte para la revista semanal L’Evenement le dirigió palabras encomiosas tiempo después. El escándalo se debió principalmente al tema que pintó Manet: dos hombres jóvenes, que podrían bien ser unos estudiantes, charlando en compañía de dos mujeres desnudas, que muestran sus anatomías comunes sin el más mínimo pudor, aunque una de ellas no está completamente desvestida. No son diosas, ni ninfas, ni bañistas, ni nada por el estilo, son mujeres comunes y corrientes; además una de ellas mira desafiante al espectador con una leve sonrisa y sin ningún recato. Acaban de tomar una merienda campestre, cuyos restos se ven abajo a la izquierda, al lado de las ropas que se han quitado las mujeres. Al fondo se puede ver un río de mansa corriente y una barca, y una de las mujeres al parecer lo está vadeando, o quizás se va a bañar en él. Entre los árboles, arriba de los personajes, se puede ver una misteriosa ave de pecho rojo que contempla la escena. Claramente el artista se inspiró en una obra del renacimiento veneciano: el “Concierto campestre” de Tiziano (cuadro que antes era adjudicado a la autoría de Giorgione), pero la temática es totalmente distinta.
Habrá que imaginarse el escándalo de las “gentes bien” al contemplar este cuadro, pues las connotaciones son evidentemente sexuales y lascivas, totalmente contrarias a la moralidad conservadora (aunque hipócrita) de la época. Resulta que una mirada más sutil revela ciertas claves aún más directas del contenido sexual de esta pintura; por ejemplo, podemos observar que la mujer de la mirada desafiante tiene su pierna derecha en medio de las dos piernas del personaje masculino que está a su frente y su pie señala indirectamente a los genitales de éste. El otro personaje masculino ha apoyado su mano derecha detrás de la mujer, en una zona cercana a su trasero y, por la posición inestable en la que está su cuerpo, parece como si acabara de abrazar a la mujer, o bien se dispone a hacerlo. No sabemos cuál es la naturaleza de la conversación que están teniendo los dos hombres, pero el personaje de la derecha ha levantado su brazo y señala sutilmente a la mujer, ¿se están poniendo de acuerdo para ver quién la va a poseer a continuación? Seguramente, el contenido de este cuadro podría escandalizar a más de alguna persona de moralidad muy conservadora aún hoy, si es que los comentarios que he vertido aquí son verificables y no producto de una “mente sucia” como dirían algunos. Dejo al lector que decida esto.
Manet volvió a provocar un gran escándalo dos años después al presentar al salón su “Olimpia”, la cual fue juzgada aún más críticamente, ya que, en vez de representar al personaje mítico, la representó de una manera sutil que se juzgó como si fuese el retrato de una prostituta, mirando otra vez desafiante al observador.
Por otra parte, algunos pintores academicistas señalaron las “incorrecciones” que tenía el cuadro, no sólo en lo que se refiere a la temática, sino también a la técnica y la perspectiva. Sobre todo se señaló la falta de escala de la figura de la mujer que está al fondo respecto al contexto de la perspectiva general. Esta falta de escala se puede apreciar más en la relación espacial entre la figura y la barca que está relativamente cerca de ella. Además la iluminación general no permite apreciar muchos contrastes entre luz y sombra y esto perjudica la profundidad espacial, de acuerdo a las reglas de la perspectiva. También se ha señalado que el fondo no es para nada convincente, ya que está pintado con aparente dejadez y parecería que está sin acabar. Podría decirse, de una manera superficial, que aquí Manet mostró cierta falta de oficio al no ser capaz de resolver estos problemas; pero un examen más profundo revela que, detrás de esos aparentes fallos, se oculta una intención renovadora, muy alejada de las reglas de la academia y su “corrección”.
En primer lugar, la estructura del cuadro está dominada por una fuerte diagonal que parte del lado derecho inferior y se desarrolla hacia el lado izquierdo superior, dejando a las figuras descentradas, patrón muy alejado de la típica composición piramidal Trompe-l’œil que dominaba las composiciones desde el renacimiento y la cual era la favorita de los pintores academicistas. Esta diagonal resuelve además el balance general de la obra e individualiza a los dos personajes masculinos, mostrándolos distantes de medio cuerpo hacia arriba, mientras que la posición de la parte inferior de sus cuerpos hace que sus piernas los unan no sólo por una parcial superposición, sino por el entrelazamiento espacial que hay entre ellas. Los cuatro personajes están estructurados en la forma de un óvalo, que es una figura geométrica más afín a la naturaleza que un triángulo o una pirámide, y señala la integración de los personajes con el entorno; esto mismo harán los pintores impresionistas más adelante, pero en éstos la integración entre personas y paisaje se verá reforzada además por las armonías de la luz y la pincelada suelta. Los pintores academicistas por el contrario, siempre tratarán de establecer una diferencia estructural entre los personajes de sus cuadros y el entorno, sobre todo cuando es natural.
En relación a la supuesta “dejadez” del pintor en lo que se refiere al fondo, hay que decir que Manet conocía muy bien la historia del arte y había estudiado a los pintores renacentistas y del barroco y, al igual que estos últimos, sobre todo los holandeses, señaló una distancia “sensorial” y no “conceptual” entre el primer plano y los planos subyacentes al desdibujar el fondo y dejarlo aparentemente inacabado. Así, su perspectiva aérea no se desarrolla sólo por la atenuación de los valores cromáticos, sino también por la desaparición gradual de sus contornos.
Sin duda, el “Almuerzo sobre la hierba” es una importante obra de la pintura universal y, como precursora de la ruptura con la tradición academicista, una referencia insustituible para el estudio de la historia del arte.
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